Todos somos conscientes de lo importante que es depositar nuestro voto en la urna en unas elecciones. Somos nosotros los que ponemos a nuestros gobernantes donde están y también los que hacemos que dejen el sillón si les negamos nuestro voto.
De igual forma, aunque no seamos conscientes de ello, con cada compra, y en general con cada acto de consumo, estamos "votando". Votamos a una empresa, a un sector o simplemente a una manera de hacer las cosas. Si compramos un donut, estamos votando por la comida basura, por la comida rápida, estamos votando por la generación de residuos ya que ese donut viene envuelto en un plástico del que luego nos tendremos que deshacer. Si, por el contrario, compramos un kilo de ciruelas ecológicas de Alhaurín, estamos votando por un estilo de vida saludable, por el desarrollo local, por una producción de alimentos sostenible.
Esta concepción del consumo tiene importantes implicaciones desde el punto de vista del minimalismo existencial. Consumir poco y, sobre todo, consumir sólo lo que nos hace falta y nos gusta de verdad implica cambiar cuantitativamente y cualitativamente el bucle sin fin: producir -> consumir -> tirar a la basura. Este bucle se basa, no en satisfacer nuestras necesidades reales, sino en crearnos necesidades ficticias para que continúe la retroalimentación hasta el infinito, o hasta que el planeta reviente...
Consumir es votar, recuérdalo en tu próxima compra. Y ante la duda, NO CONSUMAS.